Grité del pánico, no me podía creer que en mi cuarto hubiera estúpidos y asquerosos gusanos, fui corriendo a la cocina para coger el insecticida, me armé de valor y al abrir la puerta de mi dormitorio, todo estaba repleto de bichos.
Tenía la casa llena de gusanos verdes y asquerosos comiéndose mi ropa, me sentía sucio.
Fui a llamar a llamar al fumigador y cuando vino; apareció él con sus enormes orejas y su hocico húmedo, me quedé muy extrañado. Cerré la puerta de la calle y me fui a lavar la cara, me di cuenta de que mis manos habían desaparecido, ahora tenía patas.
Me miré en el espejo y no era yo, me había convertido en un conejo; me quedé aturdido y me desmayé.